domingo, 10 de mayo de 2020

Fábula: La mariposa y las liebres.


Fábula: La mariposa y las liebres



Érase una vez una preciosa liebre que vivía en el campo. Tan hermosa era y tanto brillaba su piel que era la admiración de todos sus vecinos y amigos. Todos estaban encantados con ella y no dudaban en demostrárselo a cada momento con saludos y buenas palabras. Hasta que un día le ocurrió una desgracia a uno de aquellos vecinos y todo cambió. Se trataba de una mariposa muy pequeña que había caído en un riachuelo sin saber nadar ni apenas volar aún. Afortunadamente un topo vio como la mariposa se cayó al agua y pudo gritar a tiempo para alertar al resto de los animales de la zona.

Y en esto que pasó la liebre por delante del topo y éste dijo:
  • ¡Hola doña liebre! ¡Llega usted a tiempo! Creo que la mariposa se está ahogando, ¿podría ayudarme a sacarla del agua?
  • Pues lo siento mucho, señor topo, pero esa agua no es apta para mi piel, puesto que podría ensuciarme – contestó la liebre, alejándose orgullosa y convencida de su reflexión.
Cuando el topo estaba ya a punto de lanzarse solo al agua, de pronto apareció otra liebre. Esta, al contrario que la anterior, lucía un aspecto muy descuidado y se encontraba casi en los huesos, pero apenas tuvo un momento para saludar al topo, ya que había observado desde lejos el mal rato que estaba pasando la mariposa y ni corta ni perezosa se lanzó al agua.
A aquella liebre no le importaba en absoluto que el agua fuera clara u oscura, ni que pudiese resecar ni afear su piel, porque lo primero era poner a salvo a la pequeña mariposa. Pero, como un milagro, lo cierto es que al salir del agua parecía otra. Aquella liebre huesuda y desarreglada parecía brillar como una poderosa estrella y los vecinos de la zona no dudaron en alargarla y felicitarla por su hazaña.
Estaban convencidos de que aquella era la liebre más bonita que habían visto jamás, y nadie volvió a sentir admiración por la liebre presumida, que no quiso ensuciarse ni siquiera por salvar a otro miembro de su comunidad. Pronto aprendería, la presumida liebre, que una vida vale mil veces más que la vanidad.

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